Quizás el juego más conocido en Mesoamérca y Aridoamérica fue el juego de pelota o Tlachtli.
El lugar donde se jugaba el tlachtli era un espacio plano en forma de H, marcado por muros de piedra. En cada uno de los muros laterales había un anillo de piedra, colocado verticalmente. Jugaban dos equipos, cada uno compuesto de uno a tres miembros. Usaban una pelota de hule macizo. Cuando la pelota era introducida por uno de los aros (rara vez sucedía) era un acontecimiento que se celebraba como una hazaña inmortal.En el tlachtli la pelota, como si fuera una estrella, recorría el campo viajando de un extremo a otro de este universo simbólico. Según el mundo náhuatl los dioses inventaron y practicaron este juego 400 años antes de la creación de la tierra y los hombres. Y por ser un juego entre deidades, las pelotas fueron estrellas y el campo de juego el mismo cielo.
También fueron los dioses quienes lo practicaron por primera vez en la tierra, concretamente en Teotihuacán, la ciudad de los dioses, donde se ubicaba el primer tlachco: un campo especialmente edificado para llevar a cabo el juego.Los hombres que medían sus habilidades en el juego vestían hermosas capas tejidas con ricas plumas, cascos de cuero duro adornados con plumas de quetzal, y llevaban tanto brazaletes como manoplas de piel gruesa, pectorales, mentoneras y protectores pintados en negro y rojo.
ulli: dura pelota de cuatro kilos que no debía ser tocada con las manos o los pies, y se debía lanzar y recibir solamente con la cadera. Su lanzamiento requería de gran habilidad y fuerza para hacerla pasar por el hueco del tlachtemalácatl, el anillo de piedra.
Había dos tlachtemalácatl, uno para cada contendiente. Uno se ubicaba a la mitad del muro de la derecha y el otro a la mitad de la pared izquierda. La pelota rebotaba en muros y taludes pintados de rojo, el color sagrado, el color de la sangre, el preferido por los dioses.
Algunos jugadores caían heridos, golpeados con fuerza por la pesada bola de ulli; la pelota maceraba la carne, rompía los huesos y regaba la sangre, el líquido precioso de la vida que salpicaba el tlachco y llegaba directamente a los dioses. Los hombres no dudaban en ofrecer a los dioses lo más sagrado y valioso que poseían, la vida humana.
El lugar donde se jugaba el tlachtli era un espacio plano en forma de H, marcado por muros de piedra. En cada uno de los muros laterales había un anillo de piedra, colocado verticalmente. Jugaban dos equipos, cada uno compuesto de uno a tres miembros. Usaban una pelota de hule macizo. Cuando la pelota era introducida por uno de los aros (rara vez sucedía) era un acontecimiento que se celebraba como una hazaña inmortal.En el tlachtli la pelota, como si fuera una estrella, recorría el campo viajando de un extremo a otro de este universo simbólico. Según el mundo náhuatl los dioses inventaron y practicaron este juego 400 años antes de la creación de la tierra y los hombres. Y por ser un juego entre deidades, las pelotas fueron estrellas y el campo de juego el mismo cielo.
También fueron los dioses quienes lo practicaron por primera vez en la tierra, concretamente en Teotihuacán, la ciudad de los dioses, donde se ubicaba el primer tlachco: un campo especialmente edificado para llevar a cabo el juego.Los hombres que medían sus habilidades en el juego vestían hermosas capas tejidas con ricas plumas, cascos de cuero duro adornados con plumas de quetzal, y llevaban tanto brazaletes como manoplas de piel gruesa, pectorales, mentoneras y protectores pintados en negro y rojo.
ulli: dura pelota de cuatro kilos que no debía ser tocada con las manos o los pies, y se debía lanzar y recibir solamente con la cadera. Su lanzamiento requería de gran habilidad y fuerza para hacerla pasar por el hueco del tlachtemalácatl, el anillo de piedra.
Había dos tlachtemalácatl, uno para cada contendiente. Uno se ubicaba a la mitad del muro de la derecha y el otro a la mitad de la pared izquierda. La pelota rebotaba en muros y taludes pintados de rojo, el color sagrado, el color de la sangre, el preferido por los dioses.
Algunos jugadores caían heridos, golpeados con fuerza por la pesada bola de ulli; la pelota maceraba la carne, rompía los huesos y regaba la sangre, el líquido precioso de la vida que salpicaba el tlachco y llegaba directamente a los dioses. Los hombres no dudaban en ofrecer a los dioses lo más sagrado y valioso que poseían, la vida humana.
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